Solsticios: ¿una vía cósmica para la lógica humana y las civilizaciones?

Carlos Contreras Zúñiga

Cuando el manto de la luz y de la oscuridad se posa sobre el pensamiento del hombre- como la lucha entre el bien y el mal-, nace el estudio de los astros y la oculta relación que existe con los fenómenos naturales.
El hombre primitivo, cazador y nómada, descubre las fases de la Luna y su continuo cambio de posición en el espacio; además, luego de unos años, hace uso de este hecho como primera referencia para medir el tiempo. Es así que se ha encontrado, antes que cualquier registro escrito, huesos de reno y marfiles de mamut pertenecientes al paleolítico, con marcas explícitas referentes a las secuencias de la luna.

Más adelante, cuando el hombre se hace agricultor, siente la necesidad de un calendario más relacionado con las labores de la tierra y el cambio de las estaciones; y se plantea la sustitución del calendario lunar por otro basado en el paso del Sol a través del cielo, ya que este astro es el que afecta directamente las cosechas y el celo de los animales.

Este cambio, como todos los cambios, no fue fácil, pues el sol no presentaba fases ni ningún intervalo obvio entre el final de un mes y el siguiente.
Fue por este motivo que los astrólogos, hombres sin estigmas religiosos, descubren que el Sol, además de salir y ponerse cada día, también se movía entre las estrellas fijas del cielo. Gracias a esta observación, es que hoy tenemos un calendario: el tiempo del hombre sedentario y agricultor, se convierte en un tiempo solar.

Es en Oriente Medio, en las antiguas tierras de Mesopotamia, donde la astrología adquiere su mayor esplendor. En Ur, Uruk y Babilonia surgen observatorios para estudiar el movimiento de los astros. Estas torres miden, aproximadamente, 80 metros de altura y son llamadas zigurath, que significa montañas cósmicas, las cuales están escalonadas en siete terrazas que simbolizan los siete planetas conocidos.

En estas torres los babilonios empiezan a estudiar los movimientos de los planetas y la relación que existe con los acontecimientos humanos, estableciendo símbolos y significados que elevan, claramente, la lógica humana.

Pronto dividen el cinturón solar en doce partes, que son los doce signos del zodíaco, para señalar la posición de un planeta en un momento determinado- hay que agregar, como dato, que los planetas descubiertos posteriormente no modifican la arquitectura fundamental de esta ciencia oculta.
Continuando con esta historia, los astrólogos babilonios siguen progresando y dibujan un mapa celeste de la trayectoria del sol, en el que señalan 4 puntos importantes: los equinoccios y los solsticios.
Debo, en esta oportunidad, referirme a los solsticios. Y claramente ha quedado entre líneas el estudio que ha hecho el hombre sobre este tema desde un punto de vista físico y matemático-o de simple lógica- pero hay también de la influencia terrenal que tuvo esto, la que el hombre común, de tribus y otras denominaciones, sostuvo a través de los siglos y que dio origen a las civilizaciones.

Un caso típico de ejemplo es el siguiente. Para los pueblos indígenas originarios, tales como aimaras, quechuas, rapanui y mapuches, la llegada del solsticio de invierno coincide con la tradición de agradecer por el año anterior y pedir al padre Sol que retorne con mayor fuerza luego de su retiro invernal.

Se trata del "Año Nuevo Étnico", que se denomina "machac mara" para los aimaras, "inti raymi" para los quechuas, "aringa ora" para los rapanui, y "we tripantú" para los mapuches.
Otro ejemplo es el inca, que elevaba los brazos y exclamaba: “¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca. ¡Oh, mi Sol!”
En el hemisferio sur, el solsticio de invierno comienza el 21 de junio cuando el Sol dirige sus rayos perpendicularmente sobre el Trópico de Cáncer; y es solsticio de verano, cuando estos rayos caen perpendicularmente sobre el Trópico de Capricornio el día 21 de diciembre.

En el hemisferio norte, en cambio, es inverso y el día de Navidad tiene una íntima relación con el solsticio de invierno. En la antigua Roma celebraban, el 25 de diciembre, el nacimiento del Sol, pero los cristianos adoptan este día como el nacimiento de Dios.

También encontramos, en la poesía, algo referente a los solsticios y equinoccios. En el libro Altazor de Vicente Huidobro se oculta el siguiente verso: “los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte”. Dos solsticios y dos equinoccios por sobre la Santísima Trinidad, terminando así con un genial conflicto dual.

Conclusión

Muchos hablan, actualmente, de la dualidad y de cómo ésta ha influido en la naturaleza humana; es así como existe la historia del hombre y la historia del entorno, es decir, el par Hombre-Tierra y Hombre-Universo.

Estos dos hechos, tal vez simbióticos, alcanzaron un alto grado de maduración equivalente a los equilibrios termodinámicos, ya que, debido a rituales milenarios que ha sostenido el hombre con su entorno, es que se ha creado la magia de las creencias y las semióticas.
Hoy en día este equilibrio sigue vigente si observamos, por ejemplo, mitos religiosos en la búsqueda de tesoros sobre-humanos (como Dios) o bailes alrededor de fogatas en algunas tribus perdidas de África.
Es menester señalar los festivales solares que actualmente ruedan sobre la tierra, como los sabbats, que marcan no solamente el cambio de estaciones, sino también los ciclos del año agrícola.

También existen manifestaciones gráficas relativas a estas fiestas. Las encontramos en las pirámides de Egipto, en los templos de China o Perú, en las viviendas de acantilado de los indios americanos, en el año nuevo mapuche, etcétera, donde se establece, claramente, el trabajo mutuo que hubo entre el hombre y la tierra durante el año. Esto se expresa, luego, con una fiesta que representa al descanso.

De hecho, si científicamente buscamos esta verdad, la arqueoastronomía es la base de mucho de lo que se ha descubierto sobre los antiguos días de fiesta. Sitios Megalíticos, como Stonehenge, tienen alineaciones claras para solsticios de invierno y verano, además de los equinoccios.
Esto, en la práctica, señala que una vez al año las horas entre el ocaso y el amanecer son más largas, y las horas entre el amanecer y el ocaso son más cortas. Llamamos a este acontecimiento el solsticio de invierno. Asimismo, frente a él, tenemos a su opuesto: el día más largo del año y la noche más corta; este evento se denomina solsticio de verano. Notemos que la palabra solsticio viene del latín sol staticus (o silstitium), que significa Sol quieto. Se llama así porque durante unos días el Sol sale por el mismo sitio.

Es razonable asumir que incluso el más primitivo de los seres humanos notó este cambio en las horas del día y el consiguiente cambio en las estaciones.
Nuestros antepasados ansiaban esta fenomenología con la esperanza de que el Sol volviera a encender la semilla de la vida- el alimento implícito en el corazón de la tierra- donde los pueblos acurrucaban su genealogía en cada estación del año.
El solsticio de invierno señalaba un Sol disminuido, sin fuerzas; mientras el de verano marcaba un ritmo más enérgico y creciente.
Quizás el más antiguo vestigio de observación astronómica, haya sido el deseo de obtener, con exactitud, la posición del sol en el cielo durante el solsticio de verano.
Así concluyo que el hombre debió, en alguna forma mediática, asumir su condición de huésped y que la relación (Hombre-Tierra y Hombre-Universo) que hubo de experimentar para su fin sedentario (que dio origen a las civilizaciones) vino del estudio astrológico y del vínculo directo de éste con los fenómenos naturales.
Esto, verdaderamente, dio lógica a los conceptos sobre-humanos (desarrollando la Física y la Matemática) y se establecieron civilizaciones en torno a la tierra (se ordenaron las tribus alrededor de la agricultura), dos hechos que marcaron, significativamente, el conflicto existencial del hombre.
Los solsticios fueron, indudablemente, la base cósmica para la razón humana y sus civilizaciones.

Heidegger decía: "poéticamente vive el hombre sobre la tierra”.

G:J:L:K.

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